Hace 35 años, un viaje a Europa nos llevó, sin previo aviso, a ser testigos de un hecho histórico: la caída del Muro de Berlín. Carlos Agustín, Pep Roig y yo, un grupo de redactores y fotógrafo, recorríamos Europa con el objetivo de conocer las opiniones de los europeos sobre Mallorca como destino turístico. Pero lo que no imaginábamos era que estaríamos en el lugar y momento exacto de un evento que cambiaría el mundo. Ya estábamos en Alemania, en ruta hacia Dinamarca, cuando nos enteramos de la noticia a través de la radio del coche: el Muro de Berlín estaba cayendo.
Decidimos cambiar nuestros planes y nos dirigimos directamente a Berlín, donde llegamos esa misma noche. Al día siguiente, estábamos frente al Muro, observando escenas conmovedoras como los abrazos entre berlineses del Este y del Oeste, reunidos después de 28 años de separación. Mientras tanto, contemplábamos las torres de vigilancia que antaño custodiaban la frontera, donde tantos intentaron huir, pagando el precio de la libertad con sus vidas.
A pesar del entusiasmo por el acontecimiento, la antigua mentalidad del Este seguía presente. Tras un almuerzo en un restaurante de estilo berlinés, nos enfrentamos a la rigidez del sistema cuando, al intentar pagar con dólares, nos exigieron marcos del Este. Aunque la ciudad ya había cambiado, la burocracia persistía en algunos aspectos, recordándonos que la transición no sería inmediata.
Ese viaje nos marcó profundamente, y con el tiempo, realizamos más viajes por los países del antiguo Telón de Acero, para presenciar los cambios en Europa Central. Hoy, 35 años después de la caída del Muro, recordamos ese momento histórico como un hito que transformó no solo Berlín, sino a toda una generación.